Extracto

Enrique Martínez Lozano: extracto de frases contenidas en el comentario dominical del evangelio [14/10/2012—29/12/2013].

En tanto en cuanto funcionamos pensando que somos el “yo psicológico”, nos parecemos al hámster que se encuentra en su jaula, girando permanentemente la rueda que se halla en su interior. No llega a ningún sitio y no logra salir del encierro (14/10/2012).

Liberarnos de la identificación con el yo es la condición para escapar de su tiranía y situarnos en la libertad y la ecuanimidad. Porque, por debajo de cualquier “oleaje” mental o emocional, lo que soy está siempre a salvo. Se acaba el egocentrismo y el sufrimiento. Porque desaparece la identificación con el yo y sus exigencias protagónicas (21/10/2012).

Empezamos a vivir cuando, decididamente, queremos ver. A falta de esta determinación, sobrevivimos en la ignorancia de quiénes somos, en la creencia de estar separados de los otros y del mundo y en la búsqueda, más o menos compulsiva, de “distracciones” y compensaciones (28/10/2012).

Solo hay un amor. Y, en clave religiosa, es imposible amar a Dios si no se ama al prójimo, como bien recogerá más tarde la Primera Carta de Juan: “Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4,20)  [04/11/2012].

Afortunadamente, nuestra verdadera identidad puede haber quedado adormecida o incluso aplastada bajo el peso de un ego que sofoca cualquier otra voz, pero no ha sido eliminada. Por eso podemos seguir experimentándola, aunque sea en forma de anhelo, o incluso solo de insatisfacción (11/11/2012).

(…), el apocalipsis es ciertamente revelación: viene a decirnos que, más allá de lo que pueda ocurrir en la superficie de la historia, hay una Realidad estable que nos sostiene y que podemos experimentar como “roca firme” en la que hacer pie, de un modo directo y evidente (18/11/2012).

En cierto modo, podría decirse que la verdad no pasa tanto por la mente, cuanto por la vida; ni por el pensar de una determinada manera, cuanto por el serla (25/11/2012).

El signo más claro de estar dormidos es el sufrimiento. Porque así como el dolor es inevitable, el sufrimiento siempre es opcional: aparece cuando nos reducimos a lo que no somos (02/12/2012)

(…) como escribiera Nicolas Chamfort, «el placer puede apoyarse en la ilusión, pero la felicidad reposa sobre la verdad». En la misma línea se expresaba Stendhal: «Creo que toda desdicha proviene del error y que toda dicha nos es proporcionada por la verdad» (09/12/2012).

Mónica Cavallé dice que “la práctica espiritual es una tarea de autoconocimiento”. No puede ser de otro modo, pues todo se ventila justamente ahí, en hallar la respuesta adecuada a la pregunta “¿quién soy yo?”. Ser “espiritual” no tiene que ver, en primer lugar, con lo que hacemos (aunque se refleje en ello necesariamente), sino con lo que somos. Y, para serlo, necesitamos en primer lugar conocerlo (16/12/2012).

La felicidad, lejos de ser “algo” añadido, es otro nombre de nuestra identidad. Siempre está a nuestro alcance, porque siempre lo somos. Nuestra desgracia y la fuente de todo nuestro sufrimiento consiste en que lo ignoramos y nos vivimos a distancia de ella. Decir que la felicidad constituye nuestra identidad más profunda, significa reconocer que la encontramos en nuestro interior. No depende de factores externos, ni está a merced de los vaivenes superficiales (23/12/2012).

Si la piedad mariana adoleció de sentimentalismo, algo parecido ocurrió con la imagen de (y la devoción a) la “Sagrada Familia”. En realidad, los evangelios no aportan datos que avalen esa interpretación. Al contrario, las referencias más fidedignas aseguran que Jesús no solo no fue comprendido por los suyos, sino que, al contrario, «sus parientes fueron para llevárselo, pues decían que estaba trastornado» (Mc 3,21) [30/12/2012].

Podemos quedarnos con la sabiduría que tales lecturas nos proporcionan sin necesidad de asumirlas literalmente. No se trata de ningún “salvador celeste”, sino de alguien en quien muchas personas reconocemos lo que somos todos; de alguien en quien el Fondo único y común de lo que es, se ha manifestado de un modo privilegiado (06/01/2013).

En realidad, todo lo que tiene que ver con la vida tendría que conjugarse en gerundio, porque todo es siendo (13/01/2013).

Charles Dodd, uno de los mejores especialistas en el estudio del cuarto evangelio, afirma que este relato, conocido como “las bodas de Caná”, en su origen habría sido una parábola, transformada posteriormente en “suceso”. Frente a lecturas tan reduccionistas, me parece necesario ver el evangelio como un libro de sabiduría que enseña a despertar y a vivir (20/01/2013).

En realidad, solo existe Hoy, Ahora, el Presente. Nuestra mente ve el tiempo como algo lineal –no puede hacerlo de otro modo-, pero todo ello acontece en el presente, como “espacio” que todo lo contiene, incluido lo que llamamos “tiempo”. Por eso, tiene razón Jesús cuando proclama: “Hoy se cumple esta Escritura”. En realidad, hoy se cumple todo. Cada vez que una persona cae en la cuenta de que solo existe Ahora y deja de cavilar y preocuparse por lo que ocurrió en el pasado o por lo que teme que ocurra en el futuro, experimentará que el presente es pleno, que no le falta nada (27/01/2013).

La rutina tiende a instalarnos en posturas estáticas hasta el punto de que podemos terminar pensando que las cosas son tal como nosotros las vemos, olvidando que lo que nos parece un “ver” directo es ya “interpretar” (03/02/2013).

Porque las transformaciones profundas no vienen de propósitos, ni de ningún tipo de voluntarismo, sino que nacen de la comprensión: cuando vemos, cambiamos. Porque cambiar no es alcanzar alguna meta que se halle alejada, o cargar con algún peso añadido; cambiar es salir de la superficialidad para vivir, sencillamente, lo que somos en profundidad. Pero eso requiere que lo veamos. Al verlo, la vida se ilumina, el miedo se transforma en confianza, y, como Jesús, nos hacemos servicio para los demás (10/02/2013).

Es indudable que necesitaremos un trabajo psicológico que nos permita construir una relación positiva con nosotros mismos, gracias a la cual sintamos que nos habitamos gustosa y amorosamente: estamos en casa. De otro modo, es probable que las mayores energías se nos consuman en soportar el malestar ocasionado por la fractura interior –porque nos sentimos extraños a nosotros mismos– o en buscar compensaciones sustitutorias y siempre frustrantes (17/02/2013).

Si nos percibimos agitados, alterados o molestos, es señal de que estamos identificados con la mente, con los pensamientos y sentimientos que aparecen en nuestro campo de consciencia, hasta el punto de creer que somos esos pensamientos (24/02/2013).

Jesús desmonta la idea (tradicional), según la cual, las desgracias y, en general, el dolor, serían consecuencia del pecado. Esa creencia no hacía sino añadir culpabilidad y angustia a situaciones dolorosas (03/03/2013).

En un nivel psicológico-simbólico, los dos hijos representan dos dimensiones de toda persona: la ansiedad que lleva a buscar la felicidad lejos y fuera de “casa”, y la imagen que hace vivir en la apariencia y en el cumplimiento para evitar cualquier posible “castigo” del superego. Solo en la medida en que reconocemos en nosotros mismos esos movimientos, y somos capaces de aceptarlos humildemente, desde la verdad de quienes somos, seremos capaces de avanzar hacia una integración psicológica saludable (10/03/2013).

Detrás de tanto juicio y condena –como en el texto que leemos hoy-, parece que no hay sino una inseguridad radical, que se disfraza justamente de seguridad absoluta. La misma necesidad de tener razón y de creerse portadores de la verdad es indicio claro de una inseguridad de base que resulta insoportable. Por eso, el fanatismo no es sino inseguridad camuflada, del mismo modo que el afán de superioridad esconde un doloroso complejo de inferioridad, a veces revestido de “nobles” justificaciones (17/03/2013).

Por lo que se refiere al tema de la cruz, en la cristología descendente, se veía como el sacrificio del salvador celeste que, viniendo del cielo, saldaba así la deuda contraída por el pecado de nuestros primeros padres. Las consecuencias de esta lectura expiacionista todavía perduran. En la cristología ascendente, por el contrario, queda claro que la cruz de Jesús no es en primer lugar voluntad de un Dios vengativo, sino consecuencia de un modo de vivir, que resultaba insoportable para los poderosos de turno, que terminaron eliminando al maestro de Nazaret. Bajo esta perspectiva, más acorde con la historia, la lectura de la cruz cambia radicalmente: Jesús vive como entrega –en línea con la fidelidad amorosa de toda su vida- lo que fue un atropello inhumano (24/03/2013).

Mónica Cavallé lo dice de una manera hermosa: «El sabio no siente que ‘viva su vida’; se sabe vivido por la corriente de la única Vida. Y descansa en esa certeza, sorprendido y maravillado ante la obra que la Vida realiza a través de él y a través de todo lo existente. Somos expresiones de la Vida, sostenidos por Ella» (31/03/2013).

Charo Rodríguez (en “La luz de la niebla”) expresa lo mismo de este modo:

Solo el Dios encontrado,
ningún dios enseñado puede ser verdadero,
ningún dios enseñado.
Solo el Dios encontrado
puede ser  verdadero.

(07/04/2013).

En este Apéndice del cuarto evangelio –originalmente, acababa en el capítulo 20-, vuelve a aparecer una imagen muy querida para aquellas primeras comunidades: la pesca. Se trata de una catequesis, mucho más elaborada que otras, sobre la presencia inequívoca de Jesús en medio de la actividad (misión) del grupo y, especialmente, en la eucaristía (representada aquí por el pescado y el pan). La Barca era símbolo de la propia comunidad –todavía hoy se oye hablar de la “barca de Pedro” para referirse a la Iglesia– y la pesca era imagen de la misión (14/04/2013).

Parece indudable que dos mil quinientos años con esta imagen del pastor en la tradición judeocristiana han dejado su huella en el imaginario colectivo cristiano. (…) las autoridades religiosas no dejan pasar la ocasión para presentarse como “pastores”: el “pastor” es el que sabe, el que dirige, el que está por encima, el que controla y el que, llegado el caso, castiga. No debe ser casual que la palabra “obispo” provenga del griego ἐπίσκοπος (“episkopos”), que significa “vigilante”. Es cierto que también puede ser el que dé alimento, aunque eso es susceptible de generar otra dependencia todavía peor (21/04/2013).

Un miembro del cuerpo siente amor por cualquier otro miembro: cuando nos lastimamos la cabeza, la mano corre inmediatamente en su ayuda, antes incluso de pensarlo. Porque tiene una consciencia clara de ser la misma cosa, un mismo cuerpo. Esto significa, sencillamente, que Consciencia es Amor. Dado que Jesús vivía en un nivel de consciencia transpersonal —más allá del yo individual—, se experimentaba uno con toda la realidad: con el Fondo último o Dios («el Padre y yo somos uno»; «quien me ve a mí, ve al Padre»), con todos los seres humanos («lo que hicisteis a cada uno de estos, me lo hicisteis a mí»), con el pan, en cuanto símbolo de todo lo real («esto soy yo»: «esto es mi cuerpo»)… [28/04/2013].

En el primero, Jesús sabe que no hay tiempo ni espacio, del mismo modo que no hay separación: en ese nivel, todo es Uno («el Padre y yo somos uno»); Jesús “vuelve al Padre”, del que, ciertamente, nunca había “salido”. Pero, en el mundo de las formas, no tenemos otro modo de expresarnos sino temporal y espacialmente. No puede ser de otra manera. La clave está en no reducirnos nunca a las formas, olvidando el nivel profundo, que contiene la verdad de lo que es y lo que somos (05/05/2013).

Para una consciencia mítica, la ascensión podía ser interpretada literalmente: Jesús asciende al cielo de donde había venido. Superado el nivel del mito, tal lectura cae, del mismo modo que la creencia literal en los cuentos infantiles. Sin embargo, la sabiduría que contiene sigue vigente. Simbólicamente —desde nuestro nivel de consciencia no es posible entenderla de otro modo—, la “ascensión” es una imagen plena de sentido, en cuanto evoca nuestra verdadera identidad. Frente a un materialismo chato que, al olvidar la dimensión profunda de lo real, empobrece dramáticamente lo humano, la “ascensión” viene a recordarnos —a “traernos al corazón”— que las cosas no son lo que parecen, porque no todo se acaba en lo que podemos tocar (12/05/2013).

Todo es Espíritu manifestándose en un “juego” infinito de formas, en una admirable no-dualidad. El Espíritu y nosotros no somos dos. Somos –por decirlo, una vez más, con las palabras de Pierre Teilhard de Chardin- “seres espirituales viviendo una aventura humana” (19/05/2013).

“Trinidad” es otra forma de hablar de “No-dualidad”. Y todavía podemos nombrarlo de otro modo: “Relacionalidad” (26/05/2013).

Por seguridad, comodidad y, en último término, ignorancia, preferimos alejarnos del vértigo que nos produce la luz, en un impulso primitivo que nos lleva a querer tener todo bajo control. Este modo (habitual) de funcionar explica lo que los cristianos hicimos con Jesús. En lugar de reconocernos en él, lo convertimos en un objeto de culto, lo pusimos lejos —en la cruz, en las estatuas, en los sagrarios…—, para asegurarnos su protección pero, al mismo tiempo, para protegernos de lo que su existencia implica. Como dice Javier Melloni, «Jesús es plenamente Dios y hombre, y eso es lo que somos todos. El pecado del cristianismo es el miedo; no nos atrevemos a reconocernos en lo que Jesús nos dijo que éramos» (02/06/2013).

La compasión constituye, junto con la gratuidad, la columna vertebral del mensaje de Jesús. Y no es sino la otra cara de la sabiduría o de la comprensión. La persona que “ve” es compasiva, así como la práctica compasiva es un camino seguro para la visión. La compasión no es un sentimiento superficial, pasajero o paternalista. Es la capacidad de sentir como el otro siente, poniéndose en su lugar, tratando de ver las cosas como él las ve. Por eso, la compasión significa también la capacidad de poner amor donde hay dolor (09/06/2013).

El segundo engaño es aún de mayor hondura, al pretender que “bien” y “mal” se corresponda a lo que nuestra mente piensa sobre ello, en un relativismo que parece pasar inadvertido justamente a quienes se jactan de poseer la verdad y denuncian posturas relativistas en los demás (16/06/2013).

¿Quién dices que soy yo?”. ¿Quién es Jesús para mí? En la respuesta a esa pregunta influirán, inevitablemente, distintos factores de tipo psicológico, cultural, religioso… Entre ellos, ocupará un lugar destacado el nivel de consciencia de la persona y el “idioma” en el que se mueva. La respuesta que brota en mi interior, al oír esa pregunta, no es distinta al saludo utilizado en diferentes culturas: “Tú eres otro yo”. En la perspectiva no-dual, Jesús es espejo que refleja lo que somos todos. Al verlo a él, nos vemos a nosotros mismos, porque los diferentes rostros son, en realidad, un solo Rostro (23/06/2013).

La primera [enseñanza] es un alegato silencioso contra cualquier tipo de fanatismo, que no es sino expresión del miedo y de la arrogancia, características propias del ego. Un ego inseguro buscará eliminar la disidencia, porque la percibe como amenaza para sus (frágiles) ideas, y porque necesita sentirse “superior” o en posesión de la verdad (absoluta) (30/06/2013).

La tristeza –como la soledad, la frustración, la ira, el miedo, los celos, el resentimiento, el egoísmo…- es síntoma de una sola cosa: de que hemos olvidado nuestra verdadera identidad y nos hemos identificado con lo que no somos. En definitiva, que estamos respondiendo equivocadamente a la pregunta “¿quién soy yo?” (07/07/2013).

Se dice, con razón, que la compasión constituye el test que verifica la autenticidad del camino espiritual. No solo eso. Se trata, también, de una opción que, a la vez que es sumamente eficaz para desegocentrarnos, no nos engañará (14/07/2013).

El compromiso sin la contemplación se convierte en activismo, guiado por las expectativas del ego, que no augura nada bueno. Porque, como decía John R. Price, “hasta que no trasciendas el ego, no podrás sino contribuir a la locura del mundo” (21/07/2013).

El resultado no podía ser otro que el que fue: la oración de petición se convertiría en una eficaz “fábrica de ateos”. Y no solo porque, con mucha frecuencia, la petición quedara sin respuesta y el orante no entendiera su frustración, sino por la misma imagen de Dios que daba por supuesta (28/0//2013).

En el origen de la avaricia, parece haber un vacío afectivo, una experiencia temprana de inseguridad y, en último término, una desconexión de nuestra verdadera identidad. El vacío afectivo “exige” ser llenado compulsivamente: es la fuente de la ansiedad, que se traduce en adicciones variadas —una de las cuales, puede ser el dinero o los bienes materiales—. En este sentido, la codicia o avaricia es el intento —estéril— de colmarlo (04/082013).

Las palabras de Jesús no contienen nada de amenaza ni de perfeccionismo; no alimentan el superego ni sostienen ninguna idea de mérito. Son palabras de sabiduría que invitan, al contrario, a despertar a la Realidad que somos (11/08/2013).

A tenor de estos textos, parece adecuado ver el fuego como una metáfora del Reino. A eso mismo apuntaría la frase del evangelio de Lucas, al subrayar el deseo manifiesto de Jesús de que estuviera ya ardiendo. Si tenemos en cuenta que la pasión por el Reino constituyó el eje de la vida y de la misión del maestro de Nazaret, todavía se hace más patente ese significado. Jesús expresa su anhelo intenso de que el Reino se haga presente en la realidad del mundo (18/08/2013).

la Vida no es el “premio” para un ego que ha cumplido bien sus deberes, sino nuestra verdadera identidad. No es algo que tenemos, sino lo que somos. Ahora bien, para experimentarla como nuestra identidad más profunda y poder vivirnos desde ella, necesitamos morir al engaño de creer que somos “alguien separado”, un yo individual y autónomo (25/08/2013).

El ego se mueve siempre entre necesidades y miedos —la necesidad y el miedo: dos caras de la misma realidad—; esos son los que le proporcionan la sensación de que existe. De ahí nace el engaño que retroalimenta el círculo vicioso: las necesidades y los miedos me hacen sentirme “yo mismo”; al sentirme “yo mismo” no puedo renunciar a “mis” necesidades y soy víctima de “mis” miedos. Entre todas las necesidades la que sobresale es la necesidad ser reconocido y aceptado; eso se traduce en el anhelo de querer ser el primero y es fuente de sufrimiento (01/09/2013).

El dualismo separa y fragmenta la realidad. Es inevitable que llegue a conclusiones absurdas, dado que lo real es unitario. Por eso repetimos que la mente puede manejarse admirablemente en el mundo de los objetos separados, pero yerra siempre que quiere explicar lo que hay más allá de los objetos (08/09/2013).

La novedad y sabiduría del mensaje de Jesús se hacen patentes cuando nos aproximamos a él desde una perspectiva no-dual. Jesús no quería “convertir” a nadie, porque no le interesaba el proselitismo ni estaba preocupado por el número ni el poder. Por eso podía hablar con tanta libertad. Comía a gusto con “pecadores y publicanos” para escándalo de fariseos y doctores. Y reconocía a Dios como Alegría sin límites, Gratuidad sin vuelta, Amor sin exclusiones (15/09/2013).

El “dinero” es imagen del ego y de una vida egocentrada, que se apoya en el tener y en el beneficio propio. “Dios” es la palabra que apunta al Misterio último de lo Real, aquello que constituye todo y nos constituye a nosotros mismos (22/09/2013).

La indiferencia es, antes que nada, ceguera, porque es inconsciencia. Ciertamente, constituye un mecanismo de defensa, con el que nos blindamos ante la necesidad y el dolor ajenos –“ojos que no ven, corazón que no siente”-, pero, en último término, nace de no “saber” que el otro es no-separado de mí. Y que tanto el daño que le hago, como el bien que dejo de hacerle, me lo estoy haciendo a mí mismo. Por eso, el rico recibe exactamente lo mismo que da (29/09/2013).

El poder de esa fe escapa todavía a nuestra comprensión habitual, pero empieza a ser corroborado incluso por experimentos científicos, sobre la base del influjo innegable de la consciencia sobre la materia. Será necesario avanzar en el estudio de tales influencias, pero cada vez parece más cierto que la consciencia crea la realidad. De ahí que no esté exenta de razón aquella frase: “Cambia tu forma de ver las cosas y cambiarán las cosas que ves” (06/10/2013).

Compasión y Gratitud son dos actitudes básicas que, por un lado, expresan la madurez de la persona y, por otro, hacen posible una convivencia armoniosa y constructiva (13/10/2013).

Pues bien, frente a tales imágenes divinas, es necesario rebelarse con contundencia: un tal dios no es digno de fe. No se puede creer en un dios que sería peor que nosotros: insensible ante la necesidad humana y capaz de condenar a alguien por toda la eternidad. Un tal dios es solo un invento de la mente, sostenido por el miedo y la debilidad humana, que ha creído esos mensajes culpabilizadores como provenientes de la misma divinidad (y, por tanto, “palabra de Dios”) [20/10/21013].

Tanto la indiferencia como el mérito son signos distintivos del ego en su modo de situarse en la vida y en la religión. El ego es incapaz de compasión y de empatía: vive encerrado en su caparazón de necesidades y de miedos, tratando de conseguir una existencia agradable para sí, al margen de cualquier otro criterio.

Del mismo modo, es incapaz de gratuidad: necesita apropiarse de todo lo que hace y, en su vida calculada, ha de obtener rédito a todas sus acciones. Si esto lo trasladamos a la religión, se entiende fácilmente que la viva también como medio para lograr respuesta a cualquiera de sus necesidades: sentirse seguro, merecedor, salvado, por encima de otros… Y que espere que Dios le “recompense” adecuadamente todos sus esfuerzos (27/10/2013).

En lo que parece un claro contraste con la actitud de Jesús, la Iglesia ha aparecido (aparece) con frecuencia, en las personas de autoridad, con gestos de recelo, juicio y descalificación. Pareciera como si se hubiera constituido en guardiana de aquel modo de ver que tiene muy claro por dónde pasa la línea divisoria entre “los nuestros” y “los que no lo son”, los “buenos” y “los que tienen que convertirse” a lo que nosotros decimos. e este modo, la Buena Noticia ha sido sustituida por la moralina de quienes se creen en posesión de la verdad absoluta. El camino propuesto por Jesús es diametralmente opuesto: arranca de una mirada profundamente humana, que sabe ver el corazón limpio de la persona –más allá de lo que hace o deja de hacer- y –aun a riesgo de crearse enemigos- se solidariza con ella, haciéndose invitar a su casa (03/11/2013).

Parecen no ver que el absurdo consiste precisamente en imaginar el más allá de la muerte con las categorías que ahora nos son habituales. Sería algo similar a querer imaginar la vida de vigilia mientras estamos dormidos.    A eso mismo parecen apuntar las palabras de Jesús: por un lado, las cosas no son como las vivimos aquí; por otro, la afirmación básica recalca que Dios es Vida. A partir de ahí, el modo quizás menos inadecuado de percibir la muerte es verla como un despertar. Así como, al salir del sueño, emerge una nueva identidad, muy distinta al sujeto onírico, al morir amanecemos a nuestra identidad más profunda, en la que el ego encuentra también su final. No porque muera, sino porque se descubre que nunca había existido, salvo en nuestra propia mente. Quienes han vivido una “experiencia cercana a la muerte” (ECM) hablan, aunque los matices sean diferentes, de una “expansión de la conciencia”, en un estado en el que todo se percibe de un modo radicalmente nuevo. Nuestras ideas mentales del tiempo, del espacio, de la separación y la dualidad parece que se desvanecen por completo. Se percibe la existencia como una representación que, vista desde esa perspectiva, sucede admirablemente: todo tiene su porqué y todo, al final, termina bien (10/11/2013).

La metáfora de los cabellos de la cabeza apunta a la mayor certeza en la que podemos apoyarnos siempre: quienes realmente somos no puede ser afectado negativamente por nada. Lo que somos se halla a salvo de todo peligro. Porque, en última instancia, no es diferente de Lo que es (17/11/2013).

Quienes no ven, entienden la salvación como una victoria del yo: creen que un yo “destruido” es sinónimo de vida acabada. Por eso, en tono de burla, le dicen a Jesús que se salve bajando de la cruz. Olvidan que nadie tiene que salvarse, porque ya estamos todos salvados. Lo que realmente somos no está a merced de las circunstancias, no se ve afectado ni siquiera cuando alguien pende agónico de una cruz. No es cuestión, por tanto de modificar las circunstancias, sino de aprender a ver, de caer en la cuenta y de permanecer conectados a nuestra verdadera identidad (24/11/2013).

Atención amorosa para poder reconciliarnos con toda nuestra verdad, vivirnos como amigos de nosotros mismos y experimentar el gusto profundo de habitarnos conscientemente. Consciencia lúcida para reconocer que no somos el “yo carente” (o ego) que nuestra mente piensa, sino el “hijo del hombre”, la Plenitud ilimitada, la Vida sin límites que, temporalmente, ha tomado la forma de nuestro yo individual (01/12/2013).

Pero cabe otra traducción para quien se halle en otro nivel de consciencia y se aproxime a la realidad desde una perspectiva no-dual. En este caso, donde todo se percibe como “reflejo” de todo, en una unidad sin costuras, María es una metáfora de toda la humanidad: la parte “visible” en que se expresa y manifiesta el Misterio invisible (“Dios”), destinada a dar a luz al Hijo, metáfora a su vez de la unidad humano-divina que somos todos (08/12/2013).

Parece indudable que el comportamiento de Jesús suscitó reacciones escandalizadas, sobre todo del lado de los judíos más religiosos, así como de sus autoridades. Frente a tales reacciones, Mateo remite a los hechos: “Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”. Con una advertencia significativa: “¡Dichoso el que no se sienta defraudado [escandalizado] por mí!”. La respuesta de Jesús no contiene ninguna explicación o justificación verbal; tampoco elabora ninguna teología, sino que muestra, sencillamente, una acción liberadora, al servicio de la vida y de las personas (15/12/2013).

Al Hijo se le llama “Emmanuel” (“Dios-con-nosotros”): se expresa en él la Unidad de todo lo Real, lo Invisible (“Dios”) y lo manifiesto (“nosotros”). El nacimiento de una “virgen” quiere apuntar al origen “virginal” de todo lo que es, en el sentido de que trasciende –abrazándolo- el nivel de las formas.Por ello mismo, ese “Hijo” somos todos, es todo lo real. Tenemos una “forma” humana, en la que se está expresando, temporal y transitoriamente, lo que realmente somos –y hemos sido- desde siempre (22/12/2013).

Solo la consciencia de nuestras “esclavitudes”, acogidas desde la lucidez y la humildad, nos aportará la comprensión y la motivación necesarias para ponernos en camino, aunque eso suponga abandonar inercias que nos tientan a permanecer en lo ya conocido, antes que aventurarnos a una “travesía por el desierto”, que provoca inicialmente sensaciones de inseguridad e incluso desamparo (29/12/2013).

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